Iêmen: revolução e vazio de poder

Sex, 12/08/2011 - 12:15

No princípio de fevereiro, amplos setores da população, encabeçados pelos jovens revolucionários, começaram a se manifestar nas principais cidades iemenitas exigindo a queda do regime do presidente Ali Abdallah Saleh. O Iêmen podia oferecer outro modelo de saída distinta da crise, um acordo entre a oposição, os principais atores da revolta e o regime, que poria fim ao caos e estabeleceria as bases da transição para um novo sistema político. Contudo, a iniciativa de paz dos regimes do Golfo não avançou por conta dos constantes obstáculos impostos pelo regime. A tensão aumentou até que, junto com a revolução popular pacífica, o regime enfrentou um dos pilares da sociedade iemenita, os poderes tribais. Uma tentativa de guerra civil nas ruas da capital acabou com a ida de Ali Abdallah Saleh para a Arabia Saudita, para receber tratamento médico depois de um ataque contra o palácio presidencial. A revolução convive agora com um vazio de poder.

Leia abaixo o artigo completo em espanhol, publicado na revista Atalaya Sociopolítica de Casa Árabe, também disponível aqui.

La acumulación de crisis políticas y el estallido de la revolución

Ali Abdallah Saleh llegó a la presidencia de Yemen del Norte en julio de 1978 y en mayo de 1990 a la presidencia del Yemen unificado. Treinta y tres años en el poder, algo más que sus ex-colegas tunecino y egipcio, desalojados de sus presidencias por revoluciones que precedieron al levantamiento yemení. Treinta y tres años en los que el presidente, para mantenerse en el poder, ha buscado alianzas coyunturales con las tribus, luego con los islamistas, después con nacionalistas, izquierdistas y de nuevo con las tribus, más tarde con el Partido Socialista, y otra vez con los islamistas y los líderes tribales. Desde hace algunos años, la situación del régimen era insostenible. Demasiados frentes abiertos y demasiadas crisis acumuladas: la crisis política con la oposición del norte encabezada por el poderoso partido islamista al-Islah; el descontento y la movilización del sur ante su discriminación; el movimiento huthí en la provincia septentrional de Sa‘daí y las seis guerras mantenidas con este grupo; el malestar por la adhesión del régimen a la campaña de “guerra contra el terror” impuesta por la Casa Blanca tras el 11-S y la presión estadounidense (incluidas incursiones de aviones no tripulados y bombardeos en zonas tribales del sur).

Las resistencias del régimen a iniciar un verdadero diálogo nacional, anunciado y pospuesto indefinidamente, que podría haber supuesto trazar un camino de reformas políticas, no hicieron sino agravar todas estas crisis políticas (Ver Atalaya nº 11, junio-julio 2010). Asimismo, las condiciones sociales y económicas se han deteriorado en un país ya de por sí empobrecido: corrupción y acaparamiento de las riquezas del país por parte de la familia del presidente –como por ejemplo del petróleo exportado a través de Bir Ali en la provincia de Shabwa–; un porcentaje superior al 45% de la población vive bajo el umbral de la pobreza, una tasa de paro de entre un 35% y un 40% (de los que tres cuartas partes son jóvenes menores de 30 años y la mayoría con estudios de secundaria y superiores), y un 45,7% de analfabetismo. Por otro lado, la familia del presidente controla las principales instituciones militares (la Guardia Republicana y la Seguridad Central están en manos de sus hijos, sus hermanos o sus sobrinos), las leyes son cada vez más restrictivas (ley de prensa) y existía la posibilidad de traspasar el poder a uno de los hijos de Saleh (Ahmad, jefe de la Guardia Presidencial).

El ejemplo de las revoluciones tunecina y egipcia (Ver Atalaya nº 14) fue el empujón definitivo para una movilización juvenil en febrero que partió de la Universidad de Sanaa, convertida en “Plaza del Cambio”, y que rápidamente se convirtió en una revolución popular pacífica. Ese estallido convergió con el fenómeno de las protestas semanales que desde hacía tres años encabezaba una joven activista, Tawakkul Karman, en la Plaza de la Libertad frente a la sede del gobierno, exigiendo, entre otras cosas, reformas democráticas (libertad de prensa, libertad de expresión…). Así, comenzaron las movilizaciones de jóvenes a través de las redes sociales sin intervención de los partidos políticos de oposición– y la celebración, el jueves 3 de febrero, de un primer Día de la Ira seguido de la primera manifestación organizada el viernes 11 de febrero para celebrar el triunfo de las revoluciones tunecina y egipcia (ese mismo día el ex presidente egipcio Hosni Mubarak dejaba el poder). Sin embargo, esa manifestación de júbilo y solidaridad fue reprimida por las fuerzas de seguridad y por “partidarios” del partido gobernante, el Congreso Popular General (CPG), armados con palos. La actuación del régimen espoleó más la revolución juvenil y popular. La dura respuesta, que incluyó el recurso al ejército y a francotiradores, y la resistencia de los jóvenes revolucionarios, han ido descomponiendo progresivamente al régimen y provocando deserciones en las filas del partido, del parlamento, y del ejército. En la institución militar, Ali Muhsin al-Ahmar, jefe de la zona militar noroeste (que incluye la capital) y general de la 1ª división acorazada, abandonó al régimen y asumió la función de proteger a los revolucionarios pacíficos de las plazas del Cambio y de la Libertad; más tarde, fueron oficiales de la todopoderosa Guardia Republicana los que desertaron. La decisión de poderosos líderes tribales de participar en la revolución pacífica (renunciando a las armas, numerosas en el país) fue inclinando la balanza, dejando al régimen sin más apoyos que las fuerzas de Seguridad, parte del ejército, los seguidores del partido gobernante, y los mercenarios, los balatiya.

También se unió a la revolución pacífica la Movilización del Sur (al-Harak al-Yanubi), una amalgama de partidos y grupos que durante estos últimos años ha mantenido un activismo político, no exento de enfrentamientos violentos con el régimen, en las provincias del sur marginadas prácticamente desde la unificación del país en 1990. La revolución pacífica fue ganando más adeptos: en el norte los Huthíes, y, sobre todo, al-Liqa’ al-Mushtarak, un conglomerado que reúne a los partidos de oposición parlamentaria, es decir, reconocidos por el régimen pero ignorados por el gobierno de Saleh, que se negaba o dilataba la celebración de un diálogo nacional con ellos para paliar las graves crisis políticas del país. Esta alianza de al-Liqa’ al-Mushtarak, en cuyo seno destacan la islamista y poderosa Agrupación Yemení para la Reforma/al-Islah y el Partido Socialista, ha ido adquiriendo progresivamente más protagonismo en la revolución popular y pacífica, sobre todo la jefatura más joven de la agrupación.

La matanza del 18 de marzo en la Plaza del Cambio, en la que murieron casi 60 manifestantes y centenares resultaron heridos, tuvo el efecto contrario al buscado por el gobierno, ya que suscitó una mayor solidaridad con los revolucionarios pacíficos y la adhesión de otros sectores de la población, sobre todo de los líderes de las grandes confederaciones tribales (Hashid y Bakil), pasando entonces de ser una revolución juvenil a una revolución popular, siempre pacífica y cada vez mejor organizada con comités, representantes, orden interno y coordinación.

La organización y el programa de la revolución popular pacífica

Es cierto que la primera iniciativa de salir a la calle la protagonizó un sector joven, al igual que ocurrió en Túnez y Egipto, pero la revuelta se ha ampliado a otros sectores hasta convertirse en una revuelta “popular” con componentes muy variados. Asimismo, no conviene olvidar que es heredera de toda una labor de oposición y lucha política y social a favor de la reforma, que no ha encontrado nunca una respuesta mínimamente satisfactoria.

Ese primer movimiento se ha organizado en diferentes alianzas presentes en los escenarios de protesta, como la Alianza Civil de la Revolución Juvenil, el Bloque de los Jóvenes y el Cambio, el Bloque de los Jóvenes de la Umma, el Consejo Democrático e Independiente de los Jóvenes o la Coalición de los Trabajadores Libres de Yemen. Se calcula que puede haber unos 72 grupos de activistas en las plazas del Cambio y de la Libertad.

A pesar de las dificultades, el Comité Organizativo de la Revolución Juvenil Popular (al-Layna al-Tanzhimiyya li-l-Thawra al-Shababiiya al-Sha‘biyya), presente en las provincias, ha establecido un calendario para su programa revolucionario pacífico, una visión del Yemen post Ali Abdallah Saleh: formar un consejo presidencial provisional de entre 5 y 7 miembros reconocidos por su capacidad, honradez y experiencia y que representen a las fuerzas políticas nacionales; fijar un periodo de transición que no exceda de los nueve meses y que comience con una declaración constitucional, la derogación de la actual Constitución, la disolución de las dos cámaras y la garantía de los derechosy las libertades fundamentales. El consejo presidencial provisional asumiría las tareas del presidente de la República durante el período transitorio y encargaría a una personalidad de consenso formar un gobierno de tecnócratas en un plazo de dos semanas. Otras medidas que deberían adoptarse serían: la unificación de los cuerpos de la Seguridad Política y la Seguridad Nacional en un único cuerpo dependiente del ministerio del Interior que garantizara la protección y seguridad de la nación y el respeto de los derechos humanos; la creación de un Consejo Nacional de Transición que representara a los jóvenes y a las fuerzas políticas y nacionales y que debería asumir las siguientes funciones: dirigir un diálogo nacional con todos los componentes de la sociedad y sobre todas las cuestiones, en primer lugar la cuestión del sur y de los Huthíes buscando una solución justa; crear una comisión de expertos que recogiera las propuestas y conclusiones de ese diálogo nacional en forma de textos constitucionales de modo que garanticen la creación de un Estado civil, democrático y moderno basado en la alternancia pacífica en el poder, el pluripartidismo y el respeto de los derechos y las libertades de los ciudadanos; establecer las legislaciones necesarias para el período de transición; supervisar la acción del consejo presidencial provisional y del gobierno de tecnócratas durante la transición; organizar un referéndum constitucional y elecciones parlamentarias; garantizar la independencia del poder judicial y la separación de poderes; juzgar a aquellos implicados en la represión de la revolución y ofrecer compensaciones a los familiares de las víctimas; suprimir los tribunales de excepción y las cárceles especiales y liberar a los presos políticos y de conciencia; y congelar las cuentas del presidente, de sus parientes, de los símbolos del viejo régimen y recuperar las riquezas saqueadas.

Los revolucionarios han demostrado que la revolución es también social y cultural: acostumbrados a una representación escasa o marginal de la mujer en la esfera pública yemení, justificada con viejos valores y tradiciones, las manifestaciones han contado con una gran presencia, cuando no dirección, por parte de las mujeres yemeníes, y el caso de la joven activista Tawakkul Karman (Ver Perfil) es muy significativo. Por otro lado, los revolucionarios han asombrado al mundo al demostrar su compromiso con el carácter pacífico de las manifestaciones en un país como Yemen, en el que las armas de fuego tienen una importante dimensión social y cuyo número triplica al de habitantes.

Dado el vacío de poder tras la salida de Abdallah Saleh, las organizaciones revolucionarias consideran que ha llegado el momento de comenzar a aplicar este programa, en coordinación con los partidos políticos de oposición y la sociedad civil, y sin intervenciones exteriores –en referencia a la iniciativa del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG)– que pueden abortar la revolución y la transición, aunque esos partidos políticos prefieren que primero se produzca un traspaso de poder a la figura del vicepresidente y presidente en funciones, Abderrabbi Mansur Hadi, siguiendo un proceso constitucional y apostando, todavía, por la iniciativa de los países del CCG. En el caso de que Hadi se negara a asumir sus funciones y no diera paso al proceso de transición, según otro de los actores importante en la escena yemení, el líder tribal Sadeq al-Ahmar, sería el momento de crear un consejo presidencial de transición. Es decir, coexisten dos visiones: la de los jóvenes revolucionarios y la de los partidos políticos.

Los movimientos juveniles han permanecido, hasta ahora, al margen de las negociaciones de la Iniciativa del Golfo, en la que los actores han sido el régimen y los partidos políticos de oposición parlamentaria, al-Liqa al-Mushtarak, que pueden acabar imponiéndose a las visiones más radicales de los jóvenes revolucionarios, aunque sin partidos políticos no se puede hacer ninguna transición democrática.

La Iniciativa del Golfo

La movilización de los países del Consejo de Cooperación del Golfo (Arabia Saudí, Qatar, Omán, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos y Kuwait), se produjo casi dos meses después del estallido de las protestas en Yemen y tras el llamamiento lanzado por el presidente yemení al monarca saudí para que interviniera y salvara al país –y a su régimen– de una más que probable guerra civil que podría tener graves consecuencias en los países de este organismo regional. Aún así, el texto de la iniciativa tuvo que ser reformulado en tres ocasiones ante las reticencias del presidente yemení, especialmente para evitar la expresión “el presidente debe renunciar al poder” y sustituirla por “traspaso de atribuciones” a la figura del vicepresidente, o para apoyar su permanencia en el poder durante un mes y garantizar que no sería perseguido judicialmente, o para firmar la iniciativa como presidente del partido y no como presidente de la República. En realidad, la actitud del presidente ha sido la de aceptar primero y rechazar en el último momento las diferentes versiones de la Iniciativa, mientras que la oposición ha rechazado, luego aceptado y más tarde dudado de dicha Iniciativa, sobre todo ante las concesiones al presidente, especialmente las referidas a su inmunidad y su permanencia aún durante un tiempo. Planteada por el secretario general del Consejo de Cooperación del Golfo, Abdellatif al-Zayani, el pasado 21 de abril, tras una serie de reuniones con las partes yemeníes, la Iniciativa (Ver Documenta) incluye la formación de un gobierno de unidad nacional, el traspaso de las atribuciones del presidente a su vicepresidente y su renuncia trascurridos treinta días. Pero al final, el presidente yemení rechazó la iniciativa y se negó a firmarla. Ahora asistimos a un nuevo intento de revitalizar la iniciativa por parte del Consejo, temeroso de que la inestabilidad en Yemen acabe trasladándose a sus territorios, pero que choca con la pasividad del régimen yemení y su insistencia en el uso de la violencia. Esta situación de impasse debida al juego del régimen yemení se reflejó en el seno del CCG, ya que Qatar, país al que Ali Abdallah Saleh acusa de promover las revueltas, decidió retirarse de la iniciativa. Mientras, la oposición parlamentaria reclama al CCG, a la Liga Árabe, EEUU y Europa, una intervención extranjera que detenga las matanzas.

Por otro lado, los Jóvenes de la Revolución, no aceptan ninguna iniciativa que no contemple la renuncia inmediata del presidente, la caída del régimen y su comparecencia ante la justicia, la creación de un consejo presidencial transitorio y la elaboración de una nueva constitución, sobre todo tras la salida a Arabia Saudí de Abdallah Saleh.

Revolución pacífica y ¿“guerra civil”?

La represión y otros factores transformaron el panorama: junto a la revolución popular pacífica, estalló un conato de guerra civil que enfrentó a las fuerzas del régimen con las milicias del líder de la poderosa confederación tribal de Hashed, Sadeq al-Ahmar, en las calles de la capital, mientras se abrían otros frentes armados en ciudades del sur (Taizz, Abin, Aden, Ibb, al-Hudayda).

Las tres grandes confederaciones tribales yemeníes (Hashid, Bakil y Madhaj) constituyen un importante tejido social en el país que durante décadas ha sido marginado por el régimen (a pesar de las alianzas coyunturales) y la prueba han sido las actuaciones de algunos grupos tribales (secuestros de extranjeros incluidos) para presionar al régimen y obtener promesas de desarrollo y mejoras en determinadas zonas empobrecidas y marginadas. El régimen también intentó debilitar la importancia de la estructura tribal vinculando la presencia de al-Qaida a la protección concedida por algunas tribus, especialmente en el sur, algo que siempre fue desmentido por los líderes tribales.

Una vez iniciada la revolución juvenil, los líderes tribales, espoleados también por los actos de violencia del régimen contra miembros de diferentes tribus, fueron uniéndose a las reivindicaciones pacíficas de los revolucionarios; y ello a pesar de los intentos del régimen de arrastrar a los líderes tribales a una guerra civil. Así, el anuncio de Sadeq al-Ahmar, máximo líder de la confederación Hashed, y Amin al-‘Akimi, máximo líder de los Bakil, de apoyar, sin armas, la revolución pacífica, supuso un importante punto de inflexión en el equilibrio de fuerzas.

Mientras las plazas del Cambio y de la Libertad en Sanaa se convertían, al igual que la plaza de la Liberación en El Cairo, en los escenarios de una revolución pacífica (algo a lo que siguen sin renunciar) el bombardeo de la residencia de Sadeq al-Ahmar en la capital yemení –cuando en ella se reunía una delegación de mediación para calmar los ánimos de los Ahmar– dio paso a otro escenario que ha convivido con el de las citadas plazas: un enfrentamiento armado entre el régimen y Sadeq al-Ahmar que tuvo lugar entre el 23 de mayo y el 6 de junio, detenido gracias a una mediación saudí, y que según ha dejado bien claro el propio al-Ahmar no tenía nada que ver con la revolución pacífica y popular que está teniendo lugar en el país y que apoyan completamente.

En medio de este enfrentamiento armado tuvo lugar, el pasado 3 de junio, el ataque contra el palacio presidencial, en el que el presidente y otros altos cargos del gobierno resultaron heridos. Al día siguiente el presidente salió del país para recibir tratamiento médico en Arabia Saudí. Este suceso, que puede representar el principio del fin del régimen y el inicio del cambio, está todavía rodeado de ambigüedades, ya que se desconoce quién está detrás del mismo: el régimen ha acusado a Sadeq al-Ahmar, pero también hay rumores de que fue un atentado perpetrado por el propio entorno de Ali Abdallah Saleh. Independientemente de la autoría del ataque, el resultado es que el presidente ha desaparecido de la escena yemení y todavía no ha reaparecido en público, dando lugar a un vacío de poder al que intenta poner remedio el vicepresidente y presidente en funciones, Abdeerrabbi Manssur Hadi.

Los enfrentamientos en el sur tienen un doble componente: por un lado grupos armados vinculados a las tribus y militares que se han pasado a la revolución y que luchan en defensa de los revolucionarios desarmados; y por otro lado, las acciones armadas de grupos vinculados a al-Qaeda. Según analistas y revolucionarios, ha sido el propio régimen quien ha dejado el campo abierto a los ataques de estos grupos al evacuar a las tropas de los acuartelamientos que custodiaban depósitos de armas y municiones, lo que propició la acciones de estos grupos armados, que han acabado tomando enclaves como la ciudad de Zinjibar en la provincia de Abiyan. Ésta ha sido otra táctica del régimen: intentar desvirtuar la revolución pacífica que exige su caída provocando un enfrentamiento civil que legitimaría el recurso al ejército para aplastar, de un solo golpe, a todos: armados y pacíficos.

La actitud del régimen

Si bien el régimen comenzó ignorando las primeras protestas, insistiendo en que la situación yemení no podía compararse a la tunecina o a la egipcia, luego recurrió a la violencia, a asustar con el fantasma de al-Qaeda (afirmando que el caos que se produciría si caía el régimen favorecería que la organización se hiciera con el control de parte del territorio), o con el de una probable guerra civil y de la ruptura de la consagrada “unidad” del país (mensaje dirigido a Occidente y también a los países del entorno), una “unidad” durante mucho tiempo puesta en duda por las fuerzas políticas del sur y del norte. Poco después del inicio de la revolución pacífica, el régimen recurrió a la represión generalizada en las principales ciudades del país (Sanaa, Bayda, al-Rahida, Ibb, Aden, Taizz, al-Hudayda, Dhammar), con el uso de las fuerzas de seguridad, ejército, francotiradores, elementos civiles pro-régimen armados, y militares con traje civil, culpando a la oposición política, calificada como “bandidos y saboteadores”, de lo que estaba ocurriendo en el país.

El 10 de marzo, para intentar frenar la revolución, el presidente anunció (como ha pasado en otros escenarios árabes, cuando ya había perdido su legitimidad y credibilidad y cuando la población exigía ya su caída) una serie de medidas: no se volvería a presentar cuando acabara su presidencia, en 2013, y tampoco su hijo Ahmad, general del Estado Mayor que dirige la Guardia Republicana, heredaría la presidencia, un debate que ya se había producido en la sociedad yemení. Prometió una transición desde el régimen presidencialista hacia un régimen parlamentario, una nueva Constitución, con separación de poderes y ampliación del sistema de gobierno local como un primer paso hacia el federalismo. La elaboración de la nueva Constitución correría a cargo de una comisión formada por parlamentarios, senadores y actores nacionales, habría una nueva ley electoral… después hizo un llamamiento a celebrar elecciones presidenciales anticipadas. Estas promesas, tardías y ya poco creíbles, no apaciguaron los ánimos. También recurrió a los ulemas y a la religiosidad; y al elemento tribal; y más tarde decidió reunir a sus seguidores en la Plaza al-Saba‘in todos los viernes en una especie de “contrarrevolución”.

Pero la matanza del 18 de marzo, el denominado “Viernes de la Dignidad” por los revolucionarios, dejó en la plaza del Cambio 52 muertos por disparos de sujetos armados (francotiradores apostados en las terrazas de los edificios de la plaza), provocó las primeras rupturas por parte de responsables y oficiales y supuso un punto de inflexión en la revolución: más sectores sociales se unieron a las protestas de los jóvenes, y la revolución juvenil se transformó en revolución popular con llamamientos a la desobediencia civil secundados también por los comerciantes de la capital.

Ante la Iniciativa del Consejo de Cooperación del Golfo, el régimen yemení ha intentado ganar tiempo. Primero anunció la firma de la iniciativa del Golfo y posteriormente renunció a ello. Esto ocurrió varias veces, con el consiguiente nerviosismo de la oposición y los revolucionarios. Ésta fue otra táctica de Saleh: involucrar a terceros países en la resolución, no de una “revolución popular”, sino de una “crisis política” entre régimen y oposición, que si bien existía desde hacía tiempo no era el elemento principal de la revolución.

Occidente, EEUU y el régimen yemení

Durante muchas semanas, la administración estadounidense y las jefaturas europeas han evitado hacer declaraciones contundentes, como las que hicieron en los casos de las revueltas tunecina y egipcia, de apoyo a los revolucionarios o de presión sobre un régimen, aliado fundamental en la denominada lucha contra el terror dirigida por Washington. Así se explican las contradicciones que todavía aparecían entre responsables estadounidenses en abril, cuando la revolución ya llevaba dos meses en marcha: el secretario de Defensa afirmaba que EEUU seguía prestando apoyo militar al régimen yemení para “combatir el terrorismo”, mientras que la Casa Blanca afirmaba respetar la voluntad del pueblo y sus opciones y pedía un traspaso rápido de poderes.

Sin embargo, el 12 de mayo, la Casa Blanca hizo un llamamiento a un traspaso inmediato del poder e instó a las partes a firmar la Iniciativa del Golfo, siguiendo su estela la representante de política exterior de la Unión Europea, Catherine Ashton.

Ante las continuas maniobras del presidente Saleh para evitar la firma de la iniciativa del Golfo, Occidente ha ido también dilatando las presiones. Tampoco Washington se ha mostrado entusiasta del anuncio de los revolucionarios de las plazas del Cambio y de la Libertad de crear un consejo presidencial transitorio. Asimismo, el anuncio unilateral de que EEUU, a través de la CIA y desde bases militares cercanas, intensificará sus acciones militares por aire para combatir a al-Qaeda, es algo que podría generar gran malestar entre la sociedad yemení, en cuyo seno se han dado ya manifestaciones de descontento al respecto.

Conclusión: no hay vuelta atrás

La represión es cada vez más grave (incluso se habla de fosas comunes a las afueras de Sanaa donde habría al menos los cadáveres de 50 jóvenes revolucionarios, según ha denunciado la Organización Nacional de Defensa de los Derechos y las Libertades; el aislamiento del régimen yemení es cada vez mayor (según fuentes militares tres cuartas partes del territorio y de los habitantes están con la revolución, al igual que dos terceras partes del ejército, de acuerdo con al-Quds al-‘Arabi, 05/05/2011); y las escisiones, más numerosas: miembros del ejército, líderes tribales, y los sectores urbanos. Aunque el hecho de que las principales instituciones del país (sobre todo los cuerpos de seguridad) estén en manos de familiares directos del presidente hacen más difícil la descomposición del régimen. Enfrente, una movilización que engloba a los jóvenes revolucionarios, a las fuerzas políticas de oposición, al-Liqa al-Mushtarak, al-Harak al-Yanubi, a los Huthíes, a líderes político-religiosos y a jefaturas tribales.

La salida de Ali Abdallah Saleh el 4 de junio ha dejado la dirección del país en manos del vicepresidente, Abderrabbi Mansur Hadi, general del Estado Mayor, un militar del sur que dirigió las fuerzas del norte en la breve guerra del verano de 1994. Él será el encargado, una vez lograda la tregua con Sadeq al-Ahmar, de organizar la necesaria transición, quizás siguiendo la hoja de ruta trazada por la Iniciativa del CCG, una hoja de ruta que establecía el traspaso de poderes a la figura del vicepresidente. Por el momento, el presidente en funciones se ha reunido, después de mucha resistencia, con al-Liqa al-Mushtarak, que aglutina la oposición parlamentaria, para calmar la situación en todo el país como paso previo a unas posibles conversaciones sobre el traspaso de poderes, así como con la Coordinadora Superior de la Revolución Yemení, es decir con los jóvenes revolucionarios, que insisten en la creación de un consejo presidencial transitorio por el que todavía no apuesta el presidente en funciones.

Así, tenemos en Yemen varios frentes diferentes: los revolucionarios pacíficos de las plazas del Cambio y de la Libertad que exigen la caída del régimen, la creación de un consejo presidencial y el inicio inmediato del proceso de transición; los militares que apoyan la revolución en Sanaa y protegen a los revolucionarios pacíficos, a las órdenes del general Ali Muhsin al-Ahmar, quien se pasó a las filas de los revolucionarios el 21 de marzo; la oposición parlamentaria aglutinada de al-Liqa al-Mushtarak, que ha buscado la negociación con el régimen y que podría capitalizar el movimiento revolucionario; las tropas tribales (Hashed, Bakil) aliadas de la revolución pacífica, que se enfrentan con el ejército regular en la provincia de Sanaa; y los militares que se pasaron a la revolución y que mantienen un duro enfrentamiento armado con el ejército del régimen en las provincias del sur. Aunque quizás debamos añadir otro frente: el de los supuestos combatientes de al-Qaida que tomaron la ciudad de Zinyibar, capital de la provincia de Abiyan, y que desde finales de mayo se enfrentan al ejército, y la entrada unilateral de EEUU en campaña militar contra al-Qaeda.

Mientras, los yemeníes echan de menos una mayor y más decidida presión exterior sobre un régimen que se deteriora y agoniza pero que no acaba de caer.

Referencias
Hermann, Rainer. “Power Struggle in Yemen. A Yemen Tribal Affair”, en Qantara, 8 de junio de 2011. Disponible en:http://en.qantara.de/A-Yemeni-Tribal-Affair/16345c16551i1p39/index.htmlHilal, Abdelhakim. “al-Mubadarat al-jaliyiyya l-inqadh al-Yaman”. (La iniciativa del Golfo para salvar Yemen). Disponible en:http://www.aljazeera.net/NR/exeres/6222153E-5F8A-4716-8DD3-7D1677A15DE8.htm?GoogleStatID=24Muhammad, Abdessalam. “Thawrat al-Yaman.. tahalufat yadida jariyu-ha al-Qa‘ida wa-l-Nizham” (La revolución de Yemen…Nuevas alianzas fuera de al-Qaida y del régimen). Aljazeera, 07/06/2011. Disponible en:http://www.aljazeera.net/NR/EXERES/CCE1C556-18CA-4098-872B-39385FAE806D.htmal-Sakkaf, Nadia. “The Politicization of Yemen´s Youth Revolution”, Arab Reform Bulletin, 27 de abril de 2011. Disponible en:http://www.carnegieendowment.org/arb/?fa=downloadArticlePDF&article=43735http://www.hoodonline.org/ (Página de la Organización Nacional de Defensa de los Derechos y las Libertades)http://www.yementimes.com/http://el-wasat.com/portal/News-55621867.html (Visión del Comité Organizativo de la Revolución Juvenil Popular)http://dralfaqih.blogspot.com/ (Blog del profesor yemení Abdallah al-Faqih que contiene numerosos análisis sobre el país)http://www.aawsat.com/details.asp?section=4&issueno=11889&article=626860&feature (Entrevista con el líder tribal Sadeq al-Ahmar)